domingo, 25 de octubre de 2015

CÓMO VER BUEN CINE “ROSARIGASINOS” film de Rodrigo Grande

CÓMO VER BUEN CINE


“ROSARIGASINOS” film de Rodrigo Grande.

Figuras escapadas del pasado


Saga de dos amigos entrañables que abandonan la cárcel después de 30 años, “Rosarigasinos” se sostiene por la química entre Luppi y Dumont.

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ANIBAL M. VINELL

Relato de la picaresca rosarina, tan inseparable de su ciudad como el Monumento a la Bandera, la mítica rivalidad entre hinchas de Newells y Rosario Central, o una tarde de cerveza y humedad en la ribera del Paraná, Rosarigasinos es una saga de la mala vida. Que por sí sola no estaría fuera de lugar en alguno de los tangos que desentona uno de los personajes principales, figuras escapadas del pasado, casi casi como la película misma.

Guapos de mala muerte que entraron al presidio —y se quedaron allí a lo largo de treinta años— por un golpe semifallido, Tito Saravia (Federico Luppi) y Castor (Ulises Dumont) salen en libertad habiendo purgado la larga pena de tres décadas durante las cuales congelaron el exterior en sus mentes, soñando triunfos que, de existir, no superaron la etapa barrial.

Igualmente, les quedan en el recuerdo momentos dedicados al amor fácil, la bebida abundante, la buena comida que es también condición de los rosarigasinos ("rosarinos" en el argot local, también conocido como gasó, popularizado por Alberto Olmedo y utilizado en el filme con la ayuda de subtítulos) y un botín que dejaron oculto. Y que hubiera sido como un seguro de desempleo oficioso para este dúo de malandras venido a menos. Claro, algo —bah, casi todo— sale mal al retomar el contacto con la vida real.


La ciudad que encuentran es como un cachetazo, Rosario convertida en un territorio desconocido y difícil, más todavía con la legión de amigos que supieron conseguir y que no los vienen a recibir a la salida. Murieron, emigraron, se abrieron de la barra y de los lugares que solían frecuentar. Piantaron, se esfumaron, no están más. Salvo uno, el Gordo (Francisco Puente), que llega tarde pero al menos viene, y les propone reintegrarlos a la sociedad —bueno, es una forma de decir— dándole a la dupla una participación en el asalto a un camión blindado que transporta caudales por las rutas.

Matizando la espera con algún recital improvisado en un fondín de mala muerte, Castor ataca el bandoneón y Tito a uno que otro tango, con la voz impostada y mediante letras que seguramente no opacarán a Homero Manzi ni a Discepolín. Mientras recuerda la traición de alguna mujer, esa herida clásica que nunca cierra del todo.

Galería de arquetipos reconocibles pero también muy transitados, al cabo de su metraje Rosarigasinos no se sostiene mediante las innovaciones técnicas ni por los hallazgos narrativos del guionista y director Rodrigo Grande, salido de la Universidad del Cine y debutando aquí en el largometraje.

Lo mejor aquí es la química entre Federico Luppi y Ulises Dumont, que con media docena de películas comunes en sus trayectorias (de Tiempo de revancha a Sin opción, pasando por Últimos días de la víctima), parecen actuar de memoria y extraer —cuando pueden, hasta donde sus parlamentos y personajes se los permiten— oro del fango. De ahí que toda la sociedad artística que es el filme, sea una de responsabilidad limitada. Y con resultados aceptables, aunque discretos. 
Tomado de: CLARÍN 21/6/2001